En 1935, un año después de publicar ‘El cartero siempre llama dos veces’, James M. Cain sorprendía a los lectores con una historia por entregas publicada en la revista Black Mask y titulada ‘Pacto de sangre’. Por problemas con la censura, no se publicaría en formato de libro convencional hasta 1943, con el título de ‘Indemnización doble’.

Antes de hablar de la novela, retrocedamos en el tiempo y viajemos a Nueva York, a marzo de 1927, cuando una ama de casa del barrio de Queens convenció a su amante, un vendedor a domicilio de corsés, de que matase a su marido, quien tenía suscrita una póliza de seguros de un elevado importe. El crimen fue una chapuza, los amantes fueron detenidos, juzgados y condenados a muerte. En enero de 1928, fueron ejecutados en la silla eléctrica.

¡Aquello sí eran juicios rápidos!

El caso fue muy popular en la época, cubierto y seguido por decenas de periodistas. Entre ellos, uno del Baltimore Sun: James M. Cain, al que su director, Henry L. Mencken, animó a pasarse a la ficción y a escribir novelas. En 1934, a los 42 años de edad, Cain había publicado la más famosa de ellas, ‘El cartero siempre llama dos veces’. Un año después, colocó en una revista un relato por entregas titulado “Pacto de sangre”, inspirado en el caso antes narrado.

Éste es buen momento para hablar de Henry L. Mencken y de las revistas baratas que tan populares fueron aquellos años. Y es que el formato original en que empezaron a publicarse los primeros relatos de crímenes venía condicionado por el papel barato, el pulp en el que se imprimían revistas populares como Black Mask, puesta en el mercado en 1920 por el reconocido periodista H.L. Mencken, conocido como El Sabio de Baltimore, uno de esos escritores todo terreno que dejaron una destacada impronta en la cultura estadounidense del siglo XX.

Tal y como señala P.J. O`Rourke, una de las firmas más señeras de la revista Rolling Stone, Mencken fue uno de los grandes renovadores del periodismo a través de un estilo nuevo y diferente. Así las cosas, no es de extrañar que una de sus citas más famosas figure con letras de oro en el vestíbulo del Baltimore Sun: “Cuando miro hacia atrás durante una vida malgastada, estoy cada vez más convencido de que lo pasaba mejor transmitiendo noticias que en cualquier otra empresa. Es realmente la vida de los reyes…”

Y precisamente “Life of Kings” se titula el último episodio de una mítica serie policíaca, “The Wire”, piedra angular de la Edad de Oro de la Televisión, en el que aparece dicha cita en pantalla. Y es que la quinta temporada de la serie de David Simon habla precisamente sobre periodismo y sobre la influencia del Baltimore Sun en la sociedad. Pero no adelantemos acontecimientos.

Muy preocupado por las libertades civiles y por la libertad individual y de conciencia, Mencken fue periodista, editor, crítico literario, mentor de grandes escritores, bon vivant confeso… e impulsor de esas revistas orientadas a las clases populares en las que se mezclaban romances y aventuras con historias de crímenes o acontecimientos paranormales. Lo que fuera con tal de enganchar a la lectura a todo tipo de público.

En Black Mask, cuyo momento álgido llegó durante los oscuros Años Treinta de la Gran Depresión norteamericana, con sus historias de gángsteres y tráfico de alcohol, publicaron sus relatos algunos de los autores más renombrados del género negro, como Dashiell Hammett, Raymond Chandler, C.H. Daly, E.S. Gardner… o James M.Cain, animado por su director en The Baltimore Sun y creador de Black Mask, como hemos visto.

Menos de 100 páginas necesita el autor de ‘Pacto de sangre’ para contarnos una violenta y sórdida historia de amor fou que, desde la primera página, intuimos que terminará mal. El protagonista, que narra la historia en primera persona, es Walter Huff, un corredor de seguros bien considerado en su empresa.

Inciso: la importancia de la primera persona. Es la más honesta para contar una historia policíaca. También la más difícil. Porque el lector solo sabe lo que sabe el narrador. Y sus interpretaciones de los hechos. Solo ve a través de sus ojos y escucha por sus oídos. De ahí que el monólogo interior sea uno de los recursos más habituales a la hora de adaptar al cine las novelas escritas originalmente en primera persona. Al menos, si se quieren mantener fieles al original.

Walter visita a domicilio a un cliente potentado cuyo seguro de coche está próximo a vencer y en su casa conoce a su esposa, Phyllis Nirdlinger, quedando completamente prendado de ella. “Un agente que se precia no se deja arrastrar a estas cosas; pero la mujer recorría el salón y advertí algo que no había notado antes. Bajo aquel pijama azul se adivinaban formas capaces de enloquecer a un hombre; y me pareció difícil hacer creer, en un solo instante, mis explicaciones sobre la elevada ética del negocio de seguros.

De pronto me miró, y sentí que un escalofrío me recorría espinazo y las raíces del cabello.

—¿Tienen seguros contra accidentes?— preguntó”.

Una de las constantes de ‘Pacto de sangre’ es la suficiencia con la que se conduce Walter, experto conocedor del alma humana. Supuestamente. Su trabajo como vendedor de seguros le ha enseñado todo lo que hay que saber sobre la condición humana. En teoría. Por eso, cuando intuye que la pregunta de Phyllis sobre el seguro de accidentes tiene un sentido que va más allá de asegurar a su marido, se lanza al vacío.

“—Por favor, Walter, no me permitas hacerlo. No podemos. Sería simplemente una locura.

—Sí, es una locura.

—Y vamos a hacerla. Lo presiento.

—Yo también.

—No tengo ningún motivo. Me trata todo lo bien que un marido puede tratar a una mujer. No le quiero, pero nunca me ha hecho nada.

—Pero vas a hacerlo.

—Sí, que Dios se apiade de mí. Voy a hacerlo”.

La absoluta amoralidad de los amantes resulta espeluznante. Porque, ni que decir tiene, desde el principio de la narración, Walter y Phyllis se convierten en amantes. Aunque lo austero y lo cortante de la prosa de James M. Cain, fría como un escalpelo, no admita romanticismo alguno. Es la pasión animal desatada. Nada más, pero nada menos, también.

“Tres son los elementos esenciales de un buen asesinato. Lo primero es la ayuda. Una persona sola no puede hacer estas cosas… Hace falta más de uno. En segundo lugar, el tiempo, el lugar, el procedimiento deben ser conocidos de antemano por nosotros, no por él. Lo tercero es la audacia. De esto se olvidan todos los asesinos principiantes. A veces conocen las primeras dos condiciones; pero la tercera solo la conoce el profesional”.

¿Va o no va sobrado, Walter? Si alguien leyera la novela y se quedara aquí podría tomarse esa declaración como una guía práctica para la comisión del crimen perfecto. Pero no. Hay que seguir leyendo. Y ahondando en la psique de Walter, el narrador de la historia, el que interpreta lo que ocurre. El que cree que maneja los hilos. El convencido de estar al mando de operaciones.

Hay un momento en que Walter se confiesa con el lector y trata de explicar por qué hace lo que hace. Se trata de una feroz crítica a un sistema económico que embrutece a los trabajadores, les exprime y, cuando llega el momento, les deja tirados. Así explica su punto de vista:

“¿Se figuran que estoy loco? Muy bien, quizá lo esté. Pero pasen ustedes quince años en este mismo negocio y a ver si no enloquece también… Es la ruleta más grande del mundo… Si no me entienden, vayan a Montecarlo o a algún otro lugar donde haya un gran casino, siéntense en una mesa de juego y observen la cara del hombre que lanza la bolita de marfil. Después de observarlo un rato, pregúntense cuánto le importaría a él que usted saliera fuera y se pegara un tiro en la cabeza. Es posible que bajara la mirada, al oír el tiro; pero no sería por la preocupación de saber si usted vive o está muerto. Sería para cerciorarse de que usted no ha dejado en la mesa una apuesta que luego puedan reclamar sus herederos”.

¿Se puede ser más cínico y descarnado? El concepto de profesional llevado a su extremos más crudo, frío y desapasionado. Salvaje, incluso. Así las cosas, la lógica de Walter no se basa en la ética o en la moral. Lo único que le preocupa es que no le cojan. En este caso, pesa más la codicia que la pasión, al contrario que un su novela más famosa. A la que, por cierto, hace un guiño en la siguiente frase:  “El día de los difuntos no entregan correspondencia a domicilio, pero el cartero matutino va al correo y la trae”. La traducción es confusa, pero mezclar al cartero con el día de los difuntos no puede ser casual.

Como decíamos, en ‘Pacto de sangre’ hay más codicia que pasión. De hecho, al leer ‘El cartero siempre llama dos veces’ y entrar en juego la cuestión del seguro de 10.000 dólares, automáticamente pensamos en la codicia. Pero no. En aquella historia no pesaba tanto. En esta otra, es la base, la esencia de la historia. La cláusula de doble indemnización del seguro es lo que excita a Walter y a Phyllis desde el principio de su relación.

Porque amor, lo que se dice amor, brilla por su ausencia desde el principio de la narración. De ahí que no nos sorprenda, en absoluto, la deriva que empiezan a tomar los acontecimientos.

Un par de frases, que cierran sendos capítulos de forma magistral, nos sirven como inmejorable botón de muestra: “Basta únicamente una sombra de miedo para transformar en odio el amor”.

Y unas páginas más adelante: “Colgué. La amaba como el conejo ama a la culebra. Esa noche hice algo que no había hecho en muchos años. Recé”.

Porque los planes de Walter y Phyllis no salen como ambos esperaban. Al menos, no como esperaba Walter, por cuya cabecita no dejamos de transitar, sin que sepamos qué piensa ella realmente.

En la amoralidad de ‘Pacto de sangre’ hay otros componentes que convierten a Walter y a Phyllis en dos auténticos miserables, en dos de los personajes más detestables de la historia de la literatura negra. Digamos que el concepto de mantis religiosa aplica a las mil maravillas. Y el de tiburones.

Jesús Lens