—¿A dónde se dirige?

—Hacia cualquier lado

Un diálogo cualquiera en la ciudad de Poisonville

“La primera que oí llamar Poisonville a la ciudad de Personville fue en el bar Big Ship de Butte”. Con este electrizante comienzo arranca ‘Cosecha roja’, la primera novela de Dashiell Hammett, una de las piedras angulares sobre las que se asienta el género negro y criminal.

Adentrarse en la Ciudad Venenosa, la Ciudad Ponzoñosa por excelencia del género negro, es darse de bruces con lo peor y más siniestro del ser humano. “Estuve en una conferencia de paz que dará como resultado, por lo menos, una docena de muertes”, le dice en un momento dado el protagonista a Dinah Brand, una de esas mujeres de rompe y rasga por la que la mitad de los vecinos de Poisonville no dudarían en perder la cabeza. No solo metafóricamente.

‘Cosecha roja’ vio la luz a través de cuatro entregas en la revista Black Mask y posteriormente se publicó como libro el 1 de febrero de 1929, meses antes del crack y en plena Ley Seca. El protagonista es un detective privado de la agencia Continental de San Francisco, contratado por el dueño de los dos periódicos de la ciudad. Nunca llegamos a saber qué quería el magnate de la prensa que investigara dado que, antes siquiera de entrevistarse con el detective, es asesinado.

El padre del periodista, un magnate de tomo y lomo, auténtico factótum de Personville, le encarga al detective que investigue la muerte de su hijo y, de paso, que limpie la ciudad, infestada de bandas, policías corruptos, gángsteres y matones.

Jesús Lens

Las artes que el agente de la Continental despliega a partir de ahí buscan enfrentar a todos con todos, de forma que se maten entre sí de forma inclemente: “Los planes están bien a veces y a veces es suficiente con revolver un poco el avispero… si uno es lo suficientemente fuerte como para sobrevivir y abre bien los ojos para descubrir todo lo que sale a flote”.

A través de un estilo seco y directo, contundente como un gancho en el mentón, Hammett hace avanzar su narración, contada en una imprescindible primera persona, entre el humo de los disparos y la niebla de la ginebra. “Sonreí muy satisfecho. Personville comenzaba a hervir, y me sentía tan a mis anchas que ni siquiera el recuerdo de mi conducta poco ética logró impedirme dormir como un leño durante doce horas seguidas”.

Ética. ¡Qué concepto! La ética brilla por su ausencia en Poisonville. No hay un solo personaje con un mínimo de ética o de moral en ese nido de ratas, paradigma de las urbes más salvajes y despersonalizadas de los Estados Unidos. De ahí que el protagonista se vaya enfangando más y más.

“En otro tiempo preparaba una o dos matanzas, cuando eran necesarias; pero esta es la primera vez que me viene la fiebre asesina. Es esa maldita ciudad. No se puede ser honrado aquí. Estoy enredado desde el principio”, llegará a confesar en un momento de la compleja narración.

Porque la cantidad de muertos que atesora ‘Cosecha roja’ en sus menos de 200 páginas resulta estremecedora y seguir el hilo de quiénes matan a quiénes y porqué se hace harto complicado. Como le dice uno de sus subalternos al protagonista: “No quiero vanagloriarme de mi idiotez, pero este trabajito es para mí tan claro como un problema de álgebra. Entiendo todo perfectamente, excepto lo que has hecho tú y por qué, y qué piensas hacer ahora y cómo”.

Conviene leer ‘Cosecha roja’ de uno o dos tirones a lo sumo, para no perder el hilo de muertes, traiciones y alianzas que despliega la novela. Y para disfrutar de los diálogos más mordaces de Hammett, maestro de la réplica y la contrarréplica, que restallan como latigazos en todas y cada una de las páginas de la narración. Una modalidad de escritura que hizo fortuna y que, después, sería imitada hasta la saciedad. Y no solo en cuentos y novelas, como veremos más adelante.

Nacido en una granja de la América rural en 1894, pero criado y formado entre las ciudades de Filadelfia y Baltimore, Dashiell Hammett abandonó los estudios a los trece años y desempeñó diversos trabajos alimenticios hasta que, a los 21, ingresó en la mítica agencia de detectives Pinkerton, donde trabajaría hasta 1922.

Participó en la I Guerra Mundial, donde contrajo tuberculosis. Se casó con la enfermera que le trataba, pero el impacto de la Guerra le hizo beber demasiado. El alcoholismo, unido a los brotes de tuberculosis, le granjearon una eterna mala salud que le fue cerrando diferentes puertas laborales. Y así es como, durante la década de los 20 y los 30, se convirtió en uno de los más celebrados cuentistas de Black Mask, poniendo su experiencia como detective al servicio de una literatura dura y sin concesiones, repleta de violencia. Es con Dashiell Hammett con quien nació el hard boiled, una literatura realista, cruda y descarnada; sin artificios ni trucos estilísticos.

A lo largo de sus 65 cuentos y sus 5 novelas, Hammett creó todo un universo repleto de detectives duros, gángsteres sanguinarios, corrupción a raudales -no olvidemos que la ciudad en que se desarrolla “Cosecha roja” se llamaba Poisonville, la ciudad del veneno- mujeres fatales, traiciones desaforadas, diálogos cortantes y, es importante insistir en ello, violencia. Mucha violencia.

De la importancia de la violencia de Hammett habla el propio Chandler en su ensayo “El simple arte de matar”, cuando señala que “Dashiell Hammett volvió a colocar el asesinato entre aquellos que en la realidad suelen cometerlos, y no para proporcionar sencillamente un cadáver. Y con medios al alcance de la mano, no con pistolas damasquinadas, curare y venenos tropicales. Reflejó en el papel a esas personas tal como son, y las hizo hablar y pensar en el lenguaje que utilizan habitualmente”.

Una realidad, según Chandler, propia de “un mundo en el que los gángsteres pueden dirigir un país o, al menos, gobernar las ciudades, en las que los hoteles y las casas de apartamentos y los restaurantes de moda son propiedad de hombres que han hecho su dinero explotando burdeles, un mundo en que un juez con una bodega llena de licores de contrabando puede mandar a la cárcel a un hombre porque lleva una botella en el bolsillo, donde un alcalde de vuestra ciudad puede haber señalado a alguien para que le maten como medio de hacer dinero, donde no se puede caminar seguros por una callejuela oscura porque la ley y el orden son cosas de las que todos hablamos, pero ninguno hacemos realidad.

Un mundo donde podéis presenciar un robo en la calle en pleno día y ver a quien lo comete, pero desaparecéis inmediatamente entre la multitud en lugar de denunciar el delito, porque el malhechor puede tener amigos con sus pistolas a punto o a la policía puede no gustarle tu testimonio, y en todo caso, el abogado defensor podrá insultaros y maltrataros en el tribunal, delante de un jurado de idiotas elegidos expresamente”.

Una crítica de estas características, por desgracia, sigue siendo extensiva a buena parte de las sociedades contemporáneas en las que la corrupción sigue formando parte del pan nuestro de cada día.

El estilo lacónico y poco descriptivo de Hammett, invitaba a los lectores a construir las imágenes y los rostros en su cabeza. Impresionista, se ha definido su forma de escribir. Como si dejara esbozos, retazos de realidad que el lector debe completar y terminar de dibujar en su cabeza. Un estilo que influyó a escritores como Simenon, en Europa, el citado Chandler y el mismísimo Hemingway.

En Hammett, junto a lo literario, convive su compromiso político: declarado antifascista, dejó de escribir a partir de 1934, cuando cobró conciencia de lo que ocurría en Alemania, dedicándose en cuerpo y alma al activismo. En 1937 se afilió al Partido Comunista de los Estados Unidos y, a pesar de su precaria salud, se alistó durante la II Guerra Mundial, trabajando en la edición de un periódico del ejército.

Al terminar la Guerra, se unió al Congreso de Derechos Civiles de Nueva York y, en 1951, chocó con el tristemente famoso Comité de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy, dando con sus huesos en la cárcel tras ser incluido en las listas negras que convertían en parias a todas aquellas personas tildadas de comunistas, rojas o antiamericanas.

Falleció en enero de 1961 de cáncer de pulmón y, como veterano de las dos guerras mundiales, fue enterrado con honores en el Cementerio Nacional de Arlington, con todo lo que ello significa.

Maestro de maestros, y tal y como le definiría Chandler en una expresión que, todavía hoy, genera polémica y discusión, “Hammett sacó el asesinato del jarrón de cristal veneciano y lo arrojó al callejón”. Y remató declarando que ”yo no inventé el relato criminal y nunca he ocultado mi opinión de que Hammett tiene, si no todo el mérito, al menos casi todo. Todo el mundo imita cuando empieza. Es lo que Stevenson llamó “un simio inteligente”.

Jesús Lens