Yeruldelgger, muertos en la estepa, es la obra prima de Ian Manook, seudónimo del escritor y periodista Patrick Manoukian, en la que irrumpe la figura de Yeruldelgger, un comisario de policía que trabaja en Ulán Bator, la capital de Mongolia. Todo comienza cuando en un mismo día tres empleados de una empresa china son asesinados cruelmente, con una puesta en escena atroz y escalofriante. Mientras en la estepa, una familia de nómadas encuentra el cuerpo de una niña de cinco años enterrada junto a su triciclo. Dos sucesos que en un principio están desconectados, pero que muestran una sociedad corrupta y violenta, donde los seres humanos son capaces de todo por mantener el poder que ostentan, sin importar las consecuencias.
Si bien es cierto que se compone de los elementos característicos del género de la novela negra, también aporta un soplo de aire fresco y rejuvenecimiento, principalmente por el escenario en el que se sitúa la acción, hasta la fecha desconocido para un lector asiduo a este tipo de novelas. Pero también por la caracterización del protagonista, quien seguramente llegará a consolidarse en el imaginario de los lectores, a la altura de Philip Marlowe, Maigret o Wallander. Su fuerza radica en su ferviente alma de mongol, quien ha sido instruido en las tradiciones ancestrales por parte de los monjes budistas, quienes le señalarán el camino de regreso para emerger del abismo en el que se encontraba desde hace cinco años, cuando tuvo lugar el trágico suceso en el que sucumbió su hija pequeña. A partir de este momento, con la ayuda de Oyun, Solongo y Gantulga, a quienes considera su familia no sanguínea, contará con la capacidad para enfrentarse a su pasado, personificado en Erdenbat, su suegro, quien buscará deshacerse de él a toda costa. Finalmente, se producirá un enfrentamiento titánico entre dos fuerzas que están destinadas a encontrarse: el yin y el yang.
Por otra parte, es una obra en la que se evidencia la globalización frente a la pérdida de una cultura ancestral basada en rituales que han perdido su esencia para la gran mayoría de los habitantes de estas tierras, produciéndose una dicotomía entre la civilización de la capital y la barbarie de las estepas y las tribus nómadas que las habitan. Aunque pronto constataremos que todo está enmarcado por la barbarie, pudiendo diferenciarse dos tipos; la natural, descrita mediante el ritual del té salado, la preparación de las comidas, el respeto a los ancianos o como se debe actuar para entrar en la yurta y, la institucionalizada, en la que se observa la corrupción, la violencia o la explotación de las mujeres por parte de aquellos seres humanos que se sienten impunes a las leyes.
Con todos estos elementos nos encontramos con una obra literaria rebosante de una fuerza magnética, repleta de una violencia desagradable en ciertos momentos de la narración junto con la delicada imagen de la naturaleza salvaje, sin perder por ello veracidad. Algo que llama la atención, puesto que el escritor no es natural de Mongolia, pero a pesar de ello, es capaz de crear una cosmovisión que rebosa de autenticidad, aunque pueda estar estereotipada según el conocimiento occidental sobre estas regiones poco usuales. Más allá de esta problemática, considero que el autor ha conseguido crear una obra de un gran calado- que deja una huella perenne en el lector, apabullándolo y logrando que al leer sus páginas el tiempo se detenga, asomándose a un mundo bello, que rebosa eternidad y majestuosidad a la par que la más cruda violencia.
Ángel Madero